Hay una fiebre del oro en la medicina y la búsqueda no
es en las minas sino en lo más profundo del mar. Los científicos creen que el
mar no sólo lo cura todo, sino que se puede usar para crear nuevos fármacos.
BBC
En las aguas cristalinas de la costa oeste de Escocia se inició la
cacería.
Los buceadores se deslizan por bosques de alga marrón, pasando erizos de mar
y huevos de tiburón.
Es un lugar poco probable para estar a la vanguardia de la investigación
médica, pero de acuerdo con los científicos, en los océanos podría estar la
clave para encontrar la siguiente generación de fármacos vitales.
Los submarinistas finalmente salen del agua y traen su botín al bote. Han
seleccionado cuidadosamente unas cuantas estrellas de mar que rondan estas
aguas.
Algunas especies tienen químicos antiinflamatorios que podrían usarse para
desarrollar tratamientos nuevos contra el asma o la artritis.
Pero estos son unos de los muchos organismos que se están investigando para
determinar su potencial médico.
Según los expertos, los inusuales compuestos y secuencias genéticas de
algunas plantas y criaturas marinas podrían llevar a desarrollar cualquier cosa,
desde los tan necesitados antibióticos nuevos a fármacos para el cáncer.
El doctor Andrew Moggs es un submarinista científico de la Asociación
Escocesa para la Ciencia Marina (SAMS, por sus siglas en inglés). La
organización forma parte de un consorcio llamado Seabiotech que recibió más de
US$10,5 millones de la Unión Europea para buscar en las profundidades del
mar.
"La razón porque la que nos estamos fijando en estos nuevos compuestos
bioactivos del mar se debe a que la naturaleza es una diseñadora fantástica, que
constantemente está haciendo y probando cosas nuevas".
La punta del pie
Los océanos cubren más de dos tercios de la superficie de la Tierra y aun así
sólo hemos introducido los dedos de los pies en el agua cuando se trata de
entender esta vasta extensión, hasta ahora sólo se ha explorado el 5%.
Y es este potencial sin explotar lo que está provocando una fiebre del oro
médico.
La inversión en esta área está creciendo ininterrumpidamente. En la siguiente
fase del presupuesto de la Unión Europea para la investigación, unos US$200
millones irán para los mares.
El doctor John Day, un científico marino de Sams, explica que mucho de los
que se puede encontrar en tierra firme ya se ha descubierto en el mar.
Pero agrega que "históricamente, el océano no es un lugar en el que la gente
ha mirado, por lo que no se ha explotado".
"Además, ahora hay toda una serie de nuevas tecnologías que le permiten a uno
hacer un escrutinio más metodológico y científico y producir unos datos más
útiles que puedan señalarte el camino hacia el producto final".
El experto agrega que, por supuesto, también está "el deseo político. Estamos
viendo cómo podemos explotar otras partes del planeta para producir nuevas
industrias y tecnologías".
Pero una falta de claridad sobre la legislación podría significar un revés
para esta floreciente área de investigación.
La zona de exclusión económica (ZEE) está dentro de las 200 millas náuticas
de la línea costera de un país. En estas aguas territoriales hay leyes
claramente definidas para la explotación marina.
Y si el país ha firmado el Protocolo de Nagoya, una actualización de la
convención de la ONU sobre diversidad biológica, tiene una responsabilidad
adicional para asegurar que cualquier explotación de sus aguas sea justa y
sostenible.
Aguas de nadie
Pero más allá de estas fronteras está alta mar: la extensión del océano
internacional de la que nadie es dueño. Y esta área está regida por la
Convención de las Naciones Unidas sobre la Ley en el Mar.
Esta regula actividades como la explotación mineral, pero no cubre la llamada
bioprospección oceánica.
El doctor Day explica que -en lo que a él respecta- en aguas abiertas "esta
es un área muy turbia y gris".
"Por el momento, hasta donde tengo entendido, hay muy pocas leyes que podrían
cubrir la explotación de ese material. La Ley del Mar se centra en lo que está
en el suelo marino o debajo, y también especifica organismos no móviles, así que
no parece haber una legislación definitiva respecto a los que hay en la columna
del agua".
Esto es una preocupación, porque este lejano oeste de los mares es el hogar
de una extraordinaria gama de plantas y criaturas.
Para sobrevivir, sencillamente se tienen que adaptar a temperaturas extremas,
presión y oscuridad. Y es esta dureza la que los hace tan atractivos a
científicos.
El problema está en que, sin regulación, los hábitats frágiles se podrían
dañar irreversiblemente.
La codirectora del consorcio Seabiotech, profesora Linda Harvey, de la
Universidad de Strathclyde, explica que el daño medioambiental estaría limitado,
debido a que la mayoría de la investigación consiste en recolectar muestras
relativamente pequeñas para analizarlas en el laboratorio.
Pero cree que la falta de reglas claras podría causar conflictos.
"Para las empresas es particularmente importante tener una claridad legal
cuando trabajan en aguas abiertas, debido a que están haciendo una inversión
gigante", aclara.
"Costará dinero desarrollar el medicamento y someterlo a pruebas clínicas, y
si no tienen una certeza legal, potencialmente perderían el derecho a producir
ese fármaco, algo que para ellos no es aceptable".
Harvey cree que esto puede persuadir a las compañías de no invertir en tomar
muestras del océano profundo.
Posible arreglo
En Bélgica, científico, representantes de la ONU y conservacionistas se
reúnen para discutir el problema.
El profesor Marcel Jaspars, de la Universidad de Aberdeen, dirige Pharmasea
-otro consorcio fundado por la UE que investiga en esta área. Él explica que se
necesita un nuevo mecanismo para asegurar que cualquier ganancia del océano
profundo sea compartida.
"Si se descubre algo, las regalías estarán en el futuro", señala. "La
cuestión radica en saber cómo vigilar eso en 20 años".
"Necesitamos saber quién está allí afuera y cómo clasificará el hecho de que
ha recogido algo. Entonces, tienes que hacer un seguimiento del siguiente paso,
del progreso de un proyecto desde el recolector inicial a la persona que lo usa
en el laboratorio para el fármaco. Esto puede significar muchos cambios de
manos".
Jaspars sugiere que las regalías vayan a un pote central -quizás administrado
por la ONU- en la forma de una cuota pagada por una licencia para la exploración
o como pago una vez que empiece el desarrollo del medicamento.
Ese dinero se podría reinvertir en la investigación y vigilancia de los
océanos.
Sin embargo, por ahora, y de vuelta a las costas de Escocia, el trabajo
continúa.
La firma escocesa Marine Biopolymers Ltd se está aprovechando de la marea
baja para cosechar los montones de algas marrones y viscosas.
El director de la empresa, David Mackie, dice que "estamos extrayendo
sustancias químicas de allí. Es un polímero natural llamado alginato. Su mejor
uso médico es para el vendaje de las heridas".
Mackie espera abrir pronto una planta para repetir el proceso de forma
industrial. Pero por ahora es muy pronto.
Lanzar un nuevo fármaco al mercado puede llevar 15 años y cuesta más de
US$1.500 millones.
No obstante, esto sería una gota en el océano si esta nueva frontera de
investigación médica cumple con su prometido.
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